CERÁMICA EN LA ESCUELA

He titulado esta entrada como cerámica. Quizás hubiera sido más acertado titularla: «No solo es cerámica, son historias». Observando sus producciones, puedo ver el anhelo de Alex porque algún pájaro decida refugiarse en la casita de aves que él hizo. Me imagino a Raúl jugando con sus compañeros en el tablero en blanco y negro. No se si llamarlo de ajedrez porque me comenta que es un juego que ha inventado. Puedo ver a María depositando sus lápices de colores en el lapicero que hizo con tanto esmero o a Samuel buscando un sitio en la estantería para poner la escultura de su jugador favorito.

Así podría seguir hasta completar los trabajos de todos los alumnos, los de quinto curso y los de sexto. Detrás de cada pieza cerámica hay una historia, un porqué o un para qué que hizo posible esa creación.

 

En muchas ocasiones os he hablado del proceso por el cual la arcilla se convierte en cerámica. Es un proceso largo que nos puede llevar más de un mes el completarlo. Una vez elaboradas las piezas, se tienen que dejar secar para después meterlas en el horno cerámico y cocerlas a 980ª C .

Posteriormente se esmaltan con pigmentos o esmaltes cerámicos y volvemos a cocerlas en el horno.

Vivimos en un modelo de sociedad que prioriza la rapidez, la falta de tiempo, la inmediatez de los procesos y el bombardeo de información (la tecnología nos ayuda a ello). De manera generalizada los ritmos diarios son rápidos, la utilidad de las cosas tiene fecha de caducidad, lo que no nos gusta lo modificamos  en el acto; como yo digo, lo tiramos rápidamente a la papelera y lo reemplazamos con facilidad.

Reflexionando sobre el tema, todavía  me sorprende el hecho de que los niños disfruten y tengan en su mente que trabajar con la arcilla es su actividad favorita a nivel plástico. ¿Cómo un material que está en las antípodas de la rapidez, puede ser el elegido?

Para conseguir un buen acabado en una pieza cerámica son muchos los factores que hay que tener en cuenta: humedad, grosor, amasado, agrietado, pegado… Hay que prestar atención a los requisitos de la técnica para que las piezas no estallen en el horno. En el proceso de trabajo tienen que estimar el todo y las partes de cada pieza y valorar la mejor opción para resolver el trabajo con garantía  y que no se rompa. Luego viene el proceso de espera para que el horno decida qué pieza se salva o cual se rompe.

Sigo con mi reflexión y me pregunto ¿Quizás el ser humano necesite aquello que lo enlace a lo más primitivo? ¿Que lo devuelva por instantes, a los procesos pausados, a las actividades que lo enraícen con lo primigenio? Este mundo de la rapidez, tan estimulante, que ofrece recompensas inmediatas, contrasta con lo que sucede en el aula mientras modelamos la arcilla. Necesitamos ir con calma, paso a paso, los resultados no son inmediatos.

Estoy convencida que el modelado de la arcilla les provee de una serie de habilidades que les ayudan a concentrarse en la tarea, a tolerar la frustración ( las piezas se rompen), a alcanzar unos objetivos a largo plazo. Esta tarea también les pone límites que les ayudan a predecir el resultado, a adaptarse a la técnica y regular su actuación para conseguir que sus piezas  salgan bien del horno.

Me complace esta actividad de la que tanto disfrutan nuestros alumnos y más, si con ello estamos potenciando habilidades ejecutivas de tipo superior como el pensamiento creativo, la resolución de problemas ( en este caso técnicos), la toma de decisiones ( qué hago y cómo lo hago) y hacer frente a las diferentes emociones que provoca el proceso de transformación cerámica  y, que al parecer, triunfan las positivas.

Ana Martín