En nuestro centro educativo entendemos la ciencia como una forma de mirar el mundo. No la concebimos como una asignatura más, sino como una experiencia viva, cercana y emocionante que se construye a partir de la curiosidad. La ciencia está presente en cada pregunta que surge, en cada descubrimiento inesperado, en cada momento en que los niños y niñas se detienen a observar con atención lo que les rodea.
Nuestro enfoque parte de la idea de que aprender ciencias es aprender a pensar, a preguntar, a descubrir. Las respuestas pueden llegar desde un libro, pero también desde la experiencia, la observación y el diálogo. Cuando un niño se pregunta por qué ocurre algo, ya está iniciando el camino del pensamiento científico. A partir de ahí, acompañamos ese proceso de indagación, ayudándoles a formular hipótesis, a experimentar, a contrastar sus ideas y a descubrir que la ciencia también es una forma de contar historias sobre el mundo.
Creemos firmemente que el entorno es el mejor laboratorio. La naturaleza, los espacios cotidianos y los elementos que forman parte de su vida se convierten en materiales de aprendizaje. Cada rincón esconde una oportunidad para descubrir algo nuevo: una hoja que cambia de color, una piedra con formas extrañas, una sombra que se alarga con el paso de las horas. En esos pequeños detalles, aparentemente simples, se abren puertas a grandes preguntas.
Este modo de trabajar permite que el conocimiento tenga sentido. Los niños y niñas no aprenden solo conceptos, sino que construyen un vínculo emocional con la ciencia, porque la viven, la tocan, la escuchan, la sienten. Al hacerlo, desarrollan habilidades esenciales como la observación, la reflexión, la cooperación y el respeto por el entorno. También aprenden que equivocarse forma parte del proceso, que la ciencia es un camino lleno de descubrimientos, pero también de dudas, y que cada error puede ser el inicio de una nueva búsqueda.
En cada experiencia científica hay también un espacio para la creatividad. Al explorar, al comparar, al representar lo que observan mediante dibujos, palabras o pequeñas investigaciones, los niños y niñas están ejercitando su pensamiento de manera libre y significativa. La ciencia se convierte así en una aventura compartida, donde el juego, la emoción y el aprendizaje se entrelazan.
Además, esta semana hemos tenido la oportunidad de llevar esa forma de aprender saliendo a explorar la vega de Granada, uno de los entornos más ricos y emblemáticos de nuestra ciudad y donde se ubica nuestro cole. Durante el paseo, pudimos observar de cerca los paisajes, los cultivos y la vida que late entre las acequias y los campos que nos rodean.
Hablamos sobre las montañas que nos rodean, la importancia del cuidado del medioambiente, de cómo el agua recorre las acequias, de su historia y su función. Descubrimos qué son las presas, observamos los cultivos de olivos, maíz o espárragos, y comprendimos cómo el trabajo del ser humano y la naturaleza pueden convivir en equilibrio.
Exploramos el suelo y el cielo, observamos pájaros y encontramos pequeños insectos, investigando sus formas, movimientos y hábitats. Pudimos contemplar hasta una musaraña.
La ciencia está viva, se aprende con los sentidos despiertos y la mente abierta a conectar nuevos conocimientos y experiencias. Despertar la curiosidad es sembrar aprendizajes significativos y duraderos.
Tatiana Molina -Tutora 2º EPO-