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CHARLES PERRAULT

Charles Perrault nació en París (Francia), y vivió desde 1628 a 1703. Fue un escritor francés que ejerció la abogacía durante algún tiempo, pero a partir de 1683 se entregó plenamente a la literatura. Escribió el poema El siglo de Luis el Grande (1687), pero en especial Perrault es conocido ante todo por sus cuentos, entre los que figuran  Cenicienta y La bella durmiente, que él recuperó de la tradición oral en Historias o cuentos del pasado (1697) y conocidos también como Cuentos de mamá Oca, por la ilustración que figuraba en la cubierta de la edición original. Llegó a ser miembro de la Academia Francesa. Su mayor fama la logró escribiendo y contando cuentos especialmente  para los niños.

Los cuentos de Perrault gustaron mucho, pero ni él mismo pudo imaginar que sus historias infantiles llegarían a perdurar a través de los siglos, puesto que  hace trescientos años que Perrault publicó sus Cuentos de antaño, en los que aparecieron La bella durmiente del bosque, Caperucita Roja, Riquete el del copeteEl gato con botas, Cenicienta Pulgarcito.

 Con su literatura infantil, Perrault desarrolló la imaginación de muchísimos niños, hasta la actualidad.

LAS HADAS

Érase una viuda que tenía dos hijas; la mayor se le parecía tanto en el carácter y en el físico, que quien veía a la hija, le parecía ver a la madre. Ambas eran tan desagradables y orgullosas que no se podía vivir con ellas. La menor, verdadero retrato de su padre por su dulzura y suavidad, era además de una extrema belleza. Como por naturaleza amamos a quien se nos parece, esta madre tenía locura por su hija mayor y a la vez sentía una aversión atroz por la menor. La hacía comer en la cocina y trabajar sin cesar.

Entre otras cosas, esta pobre niña tenía que ir dos veces al día a buscar agua a una media legua de la casa, y volver con una enorme jarra llena.

Un día que estaba en la fuente, se le acercó una pobre mujer rogándole que le diese de beber.

—Como no, mi buena señora, dijo la hermosa niña.

Y enjuagando de inmediato su jarra, sacó agua del mejor lugar de la fuente y se la ofreció, sosteniendo siempre la jarra para que bebiera más cómodamente. La buena mujer, después de beber, le dijo:

—Eres tan bella, tan buena y tan amable, que no puedo dejar de hacerte un don (pues era un hada que había tomado la forma de una pobre aldeana para ver hasta donde llegaría la gentileza de la joven). Te concedo el don, prosiguió el hada, de que por cada palabra que pronuncies saldrá de tu boca una flor o una piedra preciosa.

Cuando la hermosa joven llegó a casa, su madre la reprendió por regresar tan tarde de la fuente.

—Perdón, madre mía, dijo la pobre muchacha, por haberme demorado; y al decir estas palabras, le salieron de la boca dos rosas, dos perlas y dos grandes diamantes.

—¡Qué estoy viendo!, dijo su madre, llena de asombro; ¡parece que de la boca le salen perlas y diamantes! ¿Cómo es eso, hija mía?

Era la primera vez que le decía hija.

La pobre niña le contó ingenuamente todo lo que le había pasado, no sin botar una infinidad de diamantes.

—Verdaderamente, dijo la madre, tengo que mandar a mi hija; mirad, Fanchon, mirad lo que sale de la boca de vuestra hermana cuando habla; ¿no os gustaría tener un don semejante? Bastará con que vayáis a buscar agua a la fuente, y cuando una pobre mujer os pida de beber, ofrecerle muy gentilmente.

—¡No faltaba más! respondió groseramente la joven, ¡ir a la fuente!

—Deseo que vayáis, repuso la madre, ¡y de inmediato!

Ella fue, pero siempre refunfuñando. Tomó el más hermoso jarro de plata de la casa. No hizo más que llegar a la fuente y vio salir del bosque a una dama magníficamente ataviada que vino a pedirle de beber: era la misma hada que se había aparecido a su hermana, pero que se presentaba bajo el aspecto y con las ropas de una princesa, para ver hasta dónde llegaba la maldad de esta niña.

—¿Habré venido acaso, le dijo esta grosera mal criada, para daros de beber? ¡justamente, he traído un jarro de plata nada más que para dar de beber a su señoría! De acuerdo, bebed directamente, si queréis.

—No sois nada amable, repuso el hada, sin irritarse; ¡está bien! ya que sois tan poco atenta, os otorgo el don de que a cada palabra que pronunciéis, os salga de la boca una serpiente o un sapo.

La madre no hizo más que divisarla y le gritó:

—¡Y bien, hija mía!

—¡Y bien, madre mía! respondió la malvada echando dos víboras y dos sapos.

—¡Cielos!, exclamó la madre, ¿qué estoy viendo? ¡Su hermana tiene la culpa, me las pagará! y corrió a pegarle.

La pobre niña corrió y fue a refugiarse en el bosque cercano. El hijo del rey, que regresaba de la caza, la encontró y viéndola tan hermosa le preguntó qué hacía allí sola y por qué lloraba.

—¡Ay!, señor, es mi madre que me ha echado de la casa.

El hijo del rey, que vio salir de su boca cinco o seis perlas y otros tantos diamantes, le rogó que le dijera de dónde le venía aquello. Ella le contó toda su aventura.

El hijo del rey se enamoró de ella, y considerando que semejante don valía más que todo lo que se pudiera ofrecer al otro en matrimonio, la llevó con él al palacio de su padre, donde se casaron.

En cuanto a la hermana, se fue haciendo tan odiable, que su propia madre la echó de la casa; y la infeliz, después de haber ido de una parte a otra sin que nadie quisiera recibirla, se fue a morir al fondo del bosque.

MORALEJA

Las riquezas, las joyas, los diamantes
son del ánimo influjos favorables,
Sin embargo los discursos agradables
son más fuertes aun, más gravitantes.

OTRA MORALEJA

La honradez cuesta cuidados,
exige esfuerzo y mucho afán
que en el momento menos pensado
su recompensa recibirán.

Hans Christian Andersen

Guardado en el corazón, y no olvidado
[Cuento infantil. Texto completo]

Érase una vez un viejo castillo, con su foso pantanoso y su puente levadizo, el cual estaba más veces levantado que bajado, pues no todas las visitas son deseables. Había troneras bajo el tejado, y mirillas a lo largo de los muros; por ellos podía dispararse al exterior o arrojar agua hirviendo o plomo derretido sobre el enemigo, cuando se acercaba demasiado. Los aposentos interiores eran de alto techo, y así convenía que fuesen, por el mucho humo que salía del fuego del hogar, alimentado con troncos húmedos. De la pared colgaban retratos de hombres con sus armaduras, y de altivas damas en sus pesados ropajes. La más altiva de todas vivía y deambulaba por los recintos del castillo; era su dueña y se llamaba Mette Mogens.

Una noche vinieron bandidos. Mataron a tres de los servidores del castillo y al perro mastín, ataron luego a Dama Mette a la perrera con la cadena del animal e, instalándose en la gran sala, se bebieron el vino de la bodega y la buena cerveza.

Dama Mette permanecía encadenada en la caseta; ni siquiera podía ladrar.

En éstas se le acercó el más joven de los bandidos, deslizándose de puntillas para no ser oído, pues los demás lo hubieran asesinado.

-Señora Mette Mogens -dijo el mozo-, ¿te acuerdas de que un día mi padre, en vida aún de tu esposo, fue condenado a montar en el potro del tormento? Tú pediste piedad para él, pero en vano; hubo de cumplirse la sentencia. Pero tú te acercaste a hurtadillas como lo hago yo ahora, y le pusiste una piedra debajo de cada pie para procurarle un punto de apoyo. Nadie lo vio, o por lo menos hicieron como si no lo vieran; por algo eras la señora. Mi padre me lo contó, y yo he guardado el relato en mi corazón, mas no lo he olvidado. ¡Ahora te devuelvo la libertad, señora Mette Mogens!

Poco después los dos galopaban, bajo la lluvia y la tempestad, en busca de ayuda.

-Ha sido un pago espléndido por el pequeño favor que presté al viejo -dijo Dama Mogens.

-Lo que se guarda en el corazón no se olvida -respondió el joven.

Los bandidos fueron ahorcados.

En una región solitaria se alzaba un viejo castillo; todavía hoy existe. No era el de Dama Mette Mogens, sino de otra noble familia.

La historia sucede en nuestros tiempos. El sol brilla en la punta dorada de la torre; pequeñas manchas de bosque destacan como ramilletes entre el agua, y en derredor nadan cisnes salvajes. En el jardín crecen rosas; la castellana es la rosa más preciosa, radiante de alegría, la alegría de una buena acción. El rayo de gozo no se proyecta hacia fuera, hacia el mundo, sino que penetra profundamente en el corazón; en él permanece bien guardado, no olvidado.

La señora viene del castillo y se dirige a la cabaña de unos jornaleros que viven en el campo. En ella yace una pobre muchacha paralítica. La ventana del reducido cuartucho da al Norte, y nunca entra por ella el sol. La inválida sólo puede ver un pedacito de campo, cerrado por el alto borde del foso. Pero hoy luce allí el sol, el hermoso y confortador sol de Dios, que entra desde el Sur por la nueva ventana, que antes era toda ella pared. La enferma está sentada al sol, ve el bosque y la orilla del mar; el mundo se ha vuelto para ella inmenso y bello, y todo gracias a una sola palabra de la bondadosa castellana.

-¡La palabra fue tan sencilla, la acción tan insignificante! -dijo-, pero la alegría que sentí fue inmensamente grande y bienhechora.

Y por eso practica tantas buenas obras, piensa en todos los hogares humildes y también en los ricos, cuando pasan por alguna tribulación. Lo hace todo sin ostentación, en secreto; pero Dios no lo olvida.

Hay una antigua casa patricia en la ciudad grande y laboriosa. No entraremos en sus aposentos y salones, sino que nos quedaremos en la cocina. Está clara y caldeada, limpia y aseada. La batería de cobre reluce como espejos, la mesa parece pulimentada, el vertedero está como una tabla acabada de fregar. Es una sola criada la que ha hecho todo el trabajo, y aún ha tenido tiempo de vestirse primorosamente, como para ir a la iglesia. Lleva en la cofia un lazo, un lazo negro, señal de luto. Y, sin embargo, no tiene a nadie por quien llevar luto, ni padre ni madre, ningún pariente, ni novio; es una pobre doncella. En tiempos estuvo prometida, con un hombre pobre también; se querían entrañablemente. Un día él le dijo:

-No poseemos nada. La rica viuda que es dueña de la bodega me ha dirigido palabras cariñosas y quiere proporcionarme el bienestar; pero tú sola vives en mi corazón. ¿Qué me aconsejas?

-Lo que tú creas que haya de hacer tu felicidad -respondió la muchacha-. Sé bueno y afectuoso con ella; pero piensa que no volveremos a vernos desde el momento en que nos separemos.

Transcurrieron unos años. Un día ella se encontró en la calle con su antiguo amigo y novio. Su aspecto era triste y enfermo, y la joven no pudo por menos de preguntarle:

-¿Qué tal estás?

-Muy bien, no me falta nada -respondió él-. La mujer es buena y honrada, pero tú llenas mi corazón. He sostenido una terrible batalla, que pronto terminará. ¡No volveremos a vernos sino ante el trono de Dios!

Transcurrió otra semana, y en el periódico de hoy viene la noticia de su muerte; pero eso se ha puesto luto la doncella. El que un día fue su novio ha fallecido -dice la esquela-, dejando esposa y tres hijastros. La campana tañe con un son quebrado; y, sin embargo, el metal es puro.

El lazo negro indica el luto, el rostro de la joven lo indica aún más. Vive oculto en el corazón, pero no olvidado.

¿Ves? Son tres historias, tres hojas de un tallo. ¿Quieres más hojas de trébol? Hay muchas guardadas en el libro del corazón; guardadas, pero no olvidadas.

FIN

REVISTA LITERARIA INFANTIL Y JUVENIL.

Babar es una de las revistas de publicaciones de literatura infantil y juvenil. En ella se puede encontrar aquellos libros que tanto demandáis y preguntáis.

Recomiendo que el alumnado pueda acceder y comenzar a indagar por los libros publicados, leer sus reseñas y críticas y así ir eligiendo, con un poco de ayuda del adulto, libros para su recreación en la lectura. Podéis ojear un poco. No olvidéis leer. Un abrazo.